lunes, 29 de septiembre de 2014

EL EFECTO DE ABRAZAR A TUS HIJOS



 
        Imagina la cantidad de amor que hay en la mirada de una madre observando a su pequeño hijo dormir plácidamente, y el cariño enorme que sus manos trasmiten cuando le acarician su piel con aquella ternura y alegría incomparable. Ese es exactamente el mismo amor que una madre extiende a sus hijos, aún y cuando han crecido y son capaces de valerse por sí mismos. Ese amor incondicional, grande y maravilloso que emana del fondo del corazón de una madre por sus hijos, ese es justamente el amor que lo da todo producto de un lazo contraído en las entrañas, y que genera un vínculo de placer y deseo mutuo que perdura por toda la vida. Si eres madre, no pierdas la oportunidad de abrazar diariamente a tus hijos celebrando la vida y el amor que los une, porque nunca sabemos lo que pasará el siguiente día. Es una bella lección para ellos, sentir el gozo de una madre por sus personas, por sus vidas, y al mismo tiempo es un regocijo y un deleite el ofrecernos a nuestros hijos porque nos gozamos en ellos, aunque algunos, especialmente cuando han crecido, lo consideran cursi, desmedido y a destiempo. Sin embargo, abrazarlos y besarlos traerá consigo un efecto mutuo de seguridad en el amor, confianza en los sentimientos y equilibro emocional ¡que tanta falta hace caramba! Si eres madre, sigue abrazando a tus hijos porque la edad no es una limitante en la expresión del amor filial. Dáles tu corazón con verdadero gozo a través de las manifestaciones de cariño, palabras de amor, aliento. Además, abrázalos cada día antes de la escuela o trabajo, y también, por la tarde o noche, cuando les veas de vuelta en casa, y antes de que se vayan a la cama. Nunca dejes de decirles que los amas, porque ello convalidará no sólo la expresión sino la acción del que verdaderamente ama y, en consecuencia, su confianza en si mísmos se volverá un punto fuerte en sus vidas. No es un sacrificio lo que harás (quizá ya lo practicas en tu vida diaria, lo cual es maravilloso) sino un verdadero derecho que has recibido desde la concepción, y que prospera con el tiempo y permanece por siempre en el corazón. Un hermoso derecho que debes ejercer, y nada ni nadie debe mancharlo, ni siquiera tú misma o alguno de tus hijos con algún resentimiento o pena contraída en el pasado, ni la mordaz crítica del egoísta que nunca falta en la escena que le configura todas sus carencias, ni por la iniquidad de cualquier otro agente nocivo exterior o interior, porque es el derecho propio de amor genuíno que una madre puede recibir en su vida para expresarlo y gozarlo con esos seres especiales como lo son sus hijos.     

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