Imagina la cantidad de amor que hay en
la mirada de una madre observando a su pequeño hijo dormir plácidamente, y el
cariño enorme que sus manos trasmiten cuando le acarician su piel con aquella
ternura y alegría incomparable. Ese es exactamente el mismo amor que una madre
extiende a sus hijos, aún y cuando han crecido y son capaces de valerse por sí
mismos. Ese amor incondicional, grande y maravilloso que emana del fondo del
corazón de una madre por sus hijos, ese es justamente el amor que lo da todo
producto de un lazo contraído en las entrañas, y que genera un vínculo de
placer y deseo mutuo que perdura por toda la vida. Si eres madre, no pierdas la
oportunidad de abrazar diariamente a tus hijos celebrando la vida y el amor que
los une, porque nunca sabemos lo que pasará el siguiente día. Es una bella
lección para ellos, sentir el gozo de una madre por sus personas, por sus vidas,
y al mismo tiempo es un regocijo y un deleite el ofrecernos a nuestros hijos
porque nos gozamos en ellos, aunque algunos, especialmente cuando han crecido,
lo consideran cursi, desmedido y a destiempo. Sin embargo, abrazarlos y
besarlos traerá consigo un efecto mutuo de seguridad en el amor, confianza en los
sentimientos y equilibro emocional ¡que tanta falta hace caramba! Si eres
madre, sigue abrazando a tus hijos porque la edad no es una limitante en la
expresión del amor filial. Dáles tu corazón con verdadero gozo a través de las
manifestaciones de cariño, palabras de amor, aliento. Además, abrázalos cada
día antes de la escuela o trabajo, y también, por la tarde o noche, cuando les veas de
vuelta en casa, y antes de que se vayan a la cama. Nunca dejes de decirles que
los amas, porque ello convalidará no sólo la expresión sino la acción del que
verdaderamente ama y, en consecuencia, su confianza en si mísmos se volverá un
punto fuerte en sus vidas. No es un sacrificio lo que harás (quizá ya lo
practicas en tu vida diaria, lo cual es maravilloso) sino un verdadero derecho
que has recibido desde la concepción, y que prospera con el tiempo y permanece
por siempre en el corazón. Un hermoso derecho que debes ejercer, y nada ni
nadie debe mancharlo, ni siquiera tú misma o alguno de tus hijos con algún
resentimiento o pena contraída en el pasado, ni la mordaz crítica del egoísta
que nunca falta en la escena que le configura todas sus carencias, ni por la
iniquidad de cualquier otro agente nocivo exterior o interior, porque es el derecho
propio de amor genuíno que una madre puede recibir en su vida para expresarlo y
gozarlo con esos seres especiales como lo son sus hijos.
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