La verdadera belleza de la mujer no tiene
precio. No cuesta lo que los cosmetólogos anuncian, ni lo que los productores
de líquidos y fragancias desearían. Tampoco es el reflejo del trabajo de un
especialista en cirugías para ganar estética facial y corporal, ni mucho menos
es la nueva ropa la que te genera una mayor belleza. La auténtica belleza es la
del espíritu, la del corazón, la que habla de tí, de tu interior, la que
refleja tus sentimientos positivos, esa belleza de la que salen los buenos
actos en los que se irradia el entusiasmo, la positividad y el amor por la vida
y por el prójimo. Esa belleza es la que no tiene precio porque tiene su
fundamento en el amor. La otra belleza si tiene precio, la belleza del cascarón,
y me parece que cada vez es más cara pues va de acuerdo a la inflación y el
alza de precios de los productos en cuestión.
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