Sopesaba la distancia entre la probidad
y la deshonestidad, aguardaba con cierta disonancia desde el centro de la
indecisión con un dejo de insensatez, y me procuraba una suerte de pseudocertitud
bajo un vaticinio sujeto a la cobardía. Conocía las dos caras de la moneda, las
consecuencias de elegir ya sea la una o la otra, en medio de mi falta de
atrevimiento y de mi desconcierto. Intenté escudarme, aún antes de tomar una
determinación, mirándome a la distancia temporal viviendo en la belleza de la honorabilidad,
o en la flaqueza en la vileza de la indecorosidad. La deshonestidad pareció
avanzar en el fértil terreno del temor y apocamiento. Poco después, la decisión
había sido tomada y el tiempo llegó a su fin. Los valores humanos dejaban el
aposento de su realización dando lugar a la desfachatez; aparece la visceralidad y toma la vanguardia como
escudo protector con emblema de pasión, concupiscencia y, llanamente, de
mentira. Conatos de moralidad y conciencia se dejan entrever con tenuidad, pero
son arrasados y depuestos. En su lugar, la prefigura de tanatos anunciado en
actos tan indecorosos como desmedidos, el encadenamiento y la esclavitud moral
en ciernes bajo el amparo de la destrucción y muerte.
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