miércoles, 7 de mayo de 2014

PEDIR PERDÓN A LOS HIJOS





    Quizá hoy te despertaste pensando en los problemas de comunicación que refleja tu relación con tus hijos, y en especial ese hijo(a), el que ya sabes que consideras incontrolable, que se pone en disputa contigo como si fuéses su par, el que te saca de quicio, el que te provoca dolores de cabeza, aquel por el cual has rodado más de una vez lágrimas de dolor y angustia, y tambien lágrimas de desesperación e impotencia, y son precisamente aquellos conflictos que no has podido resolver desde que ha crecido y la adolescencia le ha asaltado en forma abrupta. Lo has dejado al tiempo y, debes reconocerlo, pocas veces te has puesto a dialogar con él o ella y, sin embargo, aún persistes en atribuirle toda la culpa de su comportamiento irreverente, como el iconoclasta del hogar que se resiste a las normas establecidas, pero que nunca o pocas veces ha tenido la oportunidad de ser escuchado en el contexto de un diálogo íntimo con sus padres. Y es muy probable que esa persona, a menos que se indique lo contrario por la razón que fuere, que ese hijo que te está volviendo blanca tu cabellera y partiendo el corazón, y, para no variar, que ha alejado la sonrisa de tu cara que antes iluminaba el hogar, sea la persona que más te necesita en el mundo en el aquí y en el ahora, y no en el allá y en el después, ya cuando ni el arrepentimiento vale. ¿Te acuerdas de cuando era bebé, y le pedías perdón cada vez que se te olvidaba el cambio de pañal y lloraba sobremanera, o que se te hacía tarde con la mamila y sus gritos de dolor te atormentaban, o que se golpeaba contra algo, o que lo dejabas mucho tiempo en la guardería o con la amiga y después te sentías culpable, y que por todas esas razones y algunas más, insisto, le solicitabas el perdón? ¿Por qué te es tan complicado ahora disculparte con ese hijo(a), y al que realmente no le has proporcionado toda la atención que ha necesitado y toda esa comunicación que no le has provisto? Quizá es tiempo de pedir perdón a ese ser que lleva tu sangre dejándo a un lado tus ínfulas de padre o madre perfecta, esa soberbia u orgullo que da el rol de ser el padre frente a sus hijos, por el mero hecho de que eso nos coloca en lo alto de la jerarquía en el hogar y con tal presunción o suficienca nunca damos nuestro brazo a torcer, es decir nunca reconocemos cuando estamos equivocados, y si algún día eso ha ocurrido, en verdad no hemos actuado en consecuencia, mas bien nos hemos vuelto expertos en minimizar nuestros errores, y encima de ello nunca se nos ha iluminado nuestra conciencia y nuestro corazón ha resultado imperturbable, inflexible, y al poco tiempo después, de alguna o de otra manera, olvidamos. Pero ese hijo no olvida, y su renuencia a ti es en parte su desilución como hijo dentro del hogar que habita y en el que solo hay órdenes y quejas y nunca palabras hermosas de amor y perdón. Debes preguntarte si lo que observas en el hogar, el curso de los acontecimientos no sea mas que un síntoma de una organización errada, y de un funcionamiento inadaptativo, aunque erróneamente funcional. Tan fácil, pero tan difícil a la vez, el amor debe, por encima de todo, prevalecer por siempre en el hogar. Da la media vuelta y renuncia, como padre bien intencionado que eres a esa actitud pedante y engreída. Apúrate y ofrece una disculpa, no que va, ¡mil disculpas! a ese hijo por el cual el orgullo te levanta, pero la miseria interna te delata. Ve y pídele el perdón que no ha podido salir, ni de tu boca ni mucho menos de tu corazón por efecto de usar solo tu raciocinio para dar amor. Da el paso que él o ella necesita de ti para salir del bache que los atora. No olvides que de los padres dependen muchas cosas que ocurren en el hogar, y una de ellas es la salud mental y física de los hijos. Así que manda a volar el orgullo y da tu brazo a torcer, tu hijo lo vale ¿no? Pues entonces, ¡¡manos a la obra!! Ya verás que tu relación mejorará día a día, y cada mañana que veas la luz del sol, tu cara se iluminará cuando recibas un beso de amor de ese hijo que alguna vez te angustió. Despues de ello, imaginate la reconciliación con ese hijo, y más aún, con Cristo. Sería algo bello y hermoso. Pues en tus manos está la felicidad de unir corazones alejados o tristes en el hogar.

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