Me supuse que tendrías el sensible gesto de
mirar mi nuevo corte de cabello, pero ni siquiera lo advertiste. Me arregle
para ti, y el maquillaje nuevo en mi cara pasó desapercibido a tus ojos. No
sabes cuanto tiempo tardé en decidir que vestido usar, y tan solo por agradarte
me decidí por aquel azul, el que tú mismo me dijiste en la tienda departamental
que era bonito, y ahora ni siquiera me dijiste nada cuando me lo viste puesto, o
quizá ni lo viste, al menos eso me pareció. Hasta te pregunté como me veía, y solo
alcanzaste a decir, el repetido veredicto que he escuchado durante ya un largo
tiempo, muy bien, sin siquiera mostrar un
afable y dulce cumplido, aunque solo fuese eso, cumplido. Esperaba, como toda
mujer, no se si de forma estoica o masoquista, inclusive, por qué no, ingenua, que
me dijeras unas palabras cariñosas sobre mi apariencia, pero nada salió de tus
labios, solo lo acostumbrado, como si mirar a tu mujer se hubiése convertido en
un acto maquinal e impensado, y el decirle cosas bellas ni por asomo apareciése
en el bagaje de tus posibilidades, por lo menos conmigo. Todo volvió a ser como
cada día, y nuevamente mis crédulos deseos desenfundan para encontrarse con
el desencanto acostumbrado y en el hastío. La pose fue exactamente la misma, la
foto capturó un momento plástico sin gajo de emoción y sin mayor pena ni gloria.
Ante los demás, el saludo irreflexivo dejo ver su puntualidad, recibiendo lo de
siempre, una respuesta tan instantánea como inconciente. Lo prefería de este
modo, pues así nadie sabría de mi sobrada soledad y de la inexistencia de una
vida cónyugal plena, no obstante que a su paso ello iba dejando su estela de
miseria en nuestra actuación social. Al regresar a nuestro, ¿debo decir nido?,
tal vez hogar, pero la palabra casa sería más convergente si hemos de ser
honestos, por si algo nos queda de ello, las caras de emoción fingida y felicidad
supuesta se desmoronan; ahora somos quienes realmente somos, y las miradas en
los espejos nos dejan saber de los años perdidos y de nuestros ahogados
corazones. Al roce con las tersas y frescas sábanas del lecho conyugal, otrora
tálamo de rosas de tiempos idos que no imagino su retorno, justo me sobreviene
el llanto, pero un solo sollozo profundo, apagado, casi inerte, conteniendo una
fuerza reprimida y débil que denuncia su incertidumbre, la disonancia que le
provoca el desencuentro, al tiempo que persiste mi deseo mayor de sobrevivir al
flagelo llamado desamor. La noche es larga, pero me dejo caer, y por suerte mis instancias mentales me hunden en un profundo sueño que me aleja de toda
angustia y, como remedio de males caseros, desahogo todos los desengaños y
deseos reprimidos. Esa noche me prepara para el mañana, y los despertares de
ilusiones fantásticas solo sirven de antesala para la vida reciclada que llevo
cada día, como el agua que se evapora, se condensa y se precipita para luego
volver a subir en forma de gas. Hoy, en el momento que rebase mis ensoñaciones
para abrirme al mundo real, volveré a ser la que no quiero ser, y ese ciclo
de renovación enfermiza volverá a cubrirme de pies a cabeza, y justo allí mi aquietado
llanto permanecerá como sello de una cadena irrompible, exasperante y,
habrá que decirlo, degradante.
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