domingo, 4 de mayo de 2014

LOS NIÑOS TAMBIÉN SABEN AMAR

    No hace mucho tiempo, un niño de apenas nueve años me declaró que una compañerita de la clase, de apenas ocho años, le gustaba, y encima de eso el muchachito me pidió un consejo sobre como lograr que la niña se fijara en él, puesto que dentro de la misma clase habían dos enamorados más de la misma pequeña y, por supuesto, no quería que le tomaran ventaja en este caso en particular. No niego que la honestidad y valentía del muchacho me sorprendió, sin embargo me mostré como si nada fuera de lo común estuviera sucediendo. Yo hacía como que buscaba unos papeles en el escritorio, pero realmente estaba atento a lo que David, así se llama el niño, me expresaba. Fingía estar buscando algo solo para hacerlo sentir relajado y no se replegara ante la menor sospecha de ser descubierto por todos los muchachos de la clase, pero lo que no era común es que me confiara sus amorosos e intensos sentimientos por una chica en forma tan abierta y sin cortapisas. Más me sorprendió cuando, al verme en la búsqueda incesante de aquellos papeles inexistentes, me cuestionó, “tal parece que no le importa lo que le estoy diciendo maestro”. Me quedé mudo y de pronto no supe que hacer, reprimí una carcajada, por aquello tan inusual, para no inhibirlo o hacerlo sentir mal, retomé la situación y me levanté del sillón dejando de hacer lo que no hacía, lo tome del hombro y le expresé mi agradecimiento por la confianza que me tuvo al platicarme de su sentimiento hacia la compañera del salón y de su, tal vez justificado, temor ante sus adversarios de amores. Enseguida lo invité a sentarnos juntos y platicar sobre el asunto. Sus ojos no me perdían de vista, y la atención que me prestaba era de las que simpre deseaba en el curso de la enseñanza, y que, por cierto, pocas veces se hacía presente, para mi mala suerte. Se notaba un tanto turbado, pues no era para menos, pero se mantuvo en posición receptiva. Al verlo así me despertó un sentimiento de ternura, y momentáneamente me recordé de mis propios enamoramientos a esa edad. Lo miré directamente a sus azules ojos y le dije solamente que tratara con delicadeza a la que le estaba ocupando por entero su corazón, que tratara de jugar con ella durante el recreo y que le hablara de cosas bonitas, como por ejemplo el vuelo de las mariposas, el canto de los pájaros, los colores y  el aroma de las flores, pero me detuvo abruptamente para decirme, “espere maestro, espere, usted dijo flores, ¿verdad?, usted dijo flores y creo que ya se lo que debo hacer”, le interrogué acerca de lo que repentinamente estaba pensando, y con una sonrisa dibujada en su cara exclamó “¡le regalaré una rosa! Yo creo que una rosa estará bien porque a las mujeres les gustan las rosas. Mi papá le regala flores a mi mamá cada día de San Valentín”. Al mismo tiempo que David pareció haber encontrado la solución a su petición inicial, tuvo que retirarse porque el autobús escolar le esperaba. Se retiró con una sonrisa amigable dándome las gracias por no sé qué. Después de ello, el salón quedó en completo silencio, espacio precioso para reflexionar sobre aquel peculiar evento. Me gozé con aquel sentimiento tan puro, limpio e ingenuo del chiquillo. También los niños se enamoran, no cabe duda, por supuesto desde su incipiente capacidad primaria de amar, pero al fin y al cabo con un sentimiento que brota del corazón e irrumpe en sus tiernas vidas. Esta eventualidad me hizo el día. Gracias DIOS por recordarme que debo de amar como un niño, sin tantas alharacas ni cortapisas que lo único que hacen es ponerles justamente trabas al corazón.  

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