Te dices ser un buen esposo, y
sin embargo adoleces de tantas cosas que, en la realidad poco haces para ganarte
ese puesto en el hogar. Tal vez lo eres, pero solo de nombre dado que has
desatendido tanto a tu esposa, con la que mas bien pareces llevar una relación de opresor y
oprimido, más que una relación conyugal funcional. Llegas a casa y te crees el
mandamás, el jerarca, el jefe, pero en el fondo sabes bien lo poco que vales, y
quizás por eso te desquitas con ella, si a esa mujer que tú llamas esposa aún sin merecértelo. Te diriges a ella
en una forma insolente y petulante. Tu jactancia y fanfarronería son como tu
piel que llevas a todos lados contigo, y por consiguiente mostrando la consabida
soberbia y arrogancia como cartas de presentación en el hogar ante tu esposa, y
de paso con tus hijos también. Pero saliendo del hogar cambias de disfraz y
dejas de ser la realidad que tu propia esposa e hijos tienen que soportar, y solo
porque eres el “esposo” y el “padre”, papeles que injustamente la vida te pone por
delante porque no los cumples a cabalidad. El horror comienza con el amanecer cuando ni siquiera le prestas
atención a tu mujer con un detalle amoroso o una frase de aliento. Por el
contrario, te amanece el día de color gris y oscureces el horizonte a los tuyos
como una mancha llena de rencor a la vida, de cobardía por no ser un ejemplo de
vida para otros, y de ser un caso perdido como lo que eres. Tus hijos son
testigos presenciales y sufrientes de tu vanidad y presunción, de ser lo que ni
eres y ni siquiera has podido lograr en tu miserable vida. Lo único que te ha mantenido
junto a tu familia es el amor de esa
mujer abnegada y resueltamente errada al sostener vigente una relación
contigo. Y no es que ella esté ciega, nada de eso, es simplemente que sin
merecérterlo te ama, y aún así la desprecias con tus actitudes de macho selectivo, que sabe dónde ser
macho, y dónde convertirse en un ovejita fingiendo estupidez. Cuando alguién es más estúpido de lo que piensa, y aun asi tiene que fingir serlo porque tiene la
creencia falsa de que no lo es, es verdaderamente una contradicción enorme. Te vas a tu trabajo y resulta que eres otro por
allá, en otros lares que no son tu “hogar”. Fuera del tuyo eres un cero a la
izquierda, ¡y lo sabes muy bien! No es algo nuevo y ya estás acostumbrado a
ello. Allí reprimes todos tus deseos de macho orgulloso, pues de hecho no hay
nadie que te soporte; bueno ni siquiera existe alguién que quiera platicar
contigo de tus tonteras, acaso uno igual a ti de tonto. Das rienda suelta a tu falsa humildad y falsa imágen de
hombre tranquilo y comprensivo. Eres otro diametralmente opuesto al de la
casa. Ni siquieras quieres pensar en ello por que te averguenzas de ti
mismo, pero lo niegas rotundamente y aceptas vivir con una doble cara en tu
vida, o tal vez más facetas de las que no sabemos. Platicas y convives y hasta
aceptas los chascarrillos que se mofan de tí de parte de tus amigos, y sin
embargo resulta ser que ¡eres una dócil ovejita! Que sorpresa para tu familia si advirtiera
de lo que eres realmente en el trabajo. Tal vez les provocarías gusto de que al
menos eres capaz de ser bueno ante otros. Tal vez les entraría más odio y rencor
hacia ti. Posiblemente quedarían estupefactos y desilucionados de ver a un padre
con dos caras, con una doble vida contenida de angustia y desesperación. De seguro envidiarian a tus compañeros de trabajo por tener a un hombre bueno y
comprensivo con ellos, y no a un soberbio y cretino como en casa. LLegas a tu hogar ya tarde, y parece que tu familia se
esconde, por lo menos tus hijos ni siquieran te dan la cara. Te tienen miedo y tu
lo interpretas como respeto. Ni siquieras te das cuenta de eso; la ceguera te
inunda el corazón. Vienes cansado de trabajar, pero mas cansado de fingir, de
mostrar una faceta que no posees en tu corazón, y llegas a desquitarte con tu
esposa y con tus hijos. Vuleves a convertirte en el rey, el soberano que se aposenta
en su propio pedestal sostenido con falsedades e injusticias que los corazones
de los que aún te aman sufren cada vez, cada día de sus vidas. Tu esposa llena de
miedo no sabe como dirigirte las palabras, trata de ser amable, y en ocasiones estalla
de coraje, pero más por tu acitud insana que por ella misma. Ya no puede
sostenerse y pronto no podrá hacerlo contigo. Contempla la necesidad de separarse
pero no te lo dice, lo ha soñado mas de mil veces y no lo comparte contigo. Y
tus hijos has deseado un mejor destino, pero ya se han acostumbrado a lo
mismo. Triste realidad que te ha tocado esparcir a los demás, lleno de
resentimientos y complejos, y con una capacidad practicamente nula de aceptar
tus errores. Llega la noche y es hora de acostarse. Le pides a tu mujer sexo, y
ella te dice que esta indispuesta. Te enoja y la convences por la presión que
ejerces. Te satisfaces tu solo, solo tú y nadie más que tú; ni siquiera tienes la
hombría de satisfacer a tu mujer y de respetarle sus decisiones íntimas. Eres un
verdadero animal, tal cual sin quitarle ni ponerle absolutamente nada. Duermes a
tus anchas y tu mujer te mira con asco y desprecio. El amor ha dejado de ser y
tu lo has matado y enterrado al fondo de un abismo. Lo que queda es solo un
espejismo, una peligrosa desazón, tan peligrosa que acostumbra y aclimata, y en
medio de la perplejidad la esperanza se desvanece lentamente causando la
inicuedad permanente, la ignominía para siempre.
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