Al enamorarse de un varón, lo
que una mujer desea es que ese hombre la ame, la respete, la cuide y protega.
Cuando estos rasgos están presentes en
el hombre, entonces esa mujer se convierte en la más fiel, digna y amorosa
compañera que cualquier hombre pudiese tener a su lado. No hay nada en el mundo
que separe a una mujer de un hombre que la ame y le prodige sentimientos sinceros
y con detalles que reflejan, ya sea la víspera de un amor de encanto y para
toda la vida, o la presencia de un amor en borbotones, incontenible,
simplemente inaplazable. Bien dice la palabra del Señor en el Evangelio de San
Mateo, capítulo 19, versículo 6: “lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre”. Ello aplica a la vida matrimonial, por supuesto. Y cuando realmente
estás unido a una mujer con un gran amor refrendando tu presencia en su vida,
entonces es fácil atender la palabra de Dios. No obstante, las diferencias en
el origen del amor en el noviazgo o entre los cónyuges realizados en la vida
matrimonial, siempre es una de las inconveniencias en los ajustes para el
adaptativo reacomodo de una relación amorosa. Y por cierto, muchos noviazgos
caen en desencanto al primer desajuste, y también muchos matrimonios terminan
en ruptura después de un período relativamente corto después de consumado el
sacramento matrimonial, y eso debido a las frágiles bases de la relación, a
veces inagurada con gran pompa, pero tristemente acabada en sus propias inconsistencias.
Una sola de esas diferencias que llama la atención, es el hecho de que cuando
una mujer ama lo hace desde dentro de su corazón. La mujer se desborda en un
proceso interno que le asalta y comienza por martillarle sus sentidos, hasta
que da cuenta de que ese amor es verdaderamente un sentimiento basado en
instancias internas que, y sin saber el por qué de ello, concatenan sus
emociones con sus pensamientos y necesidades. Este prodigio de amor le sale
hasta por los poros, domina sus sentidos y le resulta ineludible sentirlo en su
corazón; es profundo, lindo y genuino; ha percibido una serie de rasgos, una
combinación de particularidades en el hombre, le ha escuchado delicadezas y
pormenores que reflejan en cierto modo la forma de ser y valorizar a la mujer;
ese amor que ella siente lleva el sello de garantía de un espíritu que se ha
dejado llevar por las escencias y no por los accidentes. En cambio, el hombre ha
comenzado por experimentar un sentimiento, que no atina a indentificar si es amor, pasión, gusto o simplemente deseo y, quizá también narcisismo, por cierto ya muy atípico para nuestros tiempos. Y bien, ese
sentimiento no le ha brotado de sí, mas bien le ha venido exportado desde
fuera, y vale decir que desde el principio ni siquiera le ha pertenecido. Es
mas bien una emoción que le ha cuajado desde que advirtió una cara de angel,
unos ojos provocativos, un cuerpo de ensueño y una cabellera de oleaje perturbable
a la mirada de cualquier masculino. Así, su amor no ha trastocado absolutamente
nada de su interior, tan solo se ha asomado para indagar una posibilidad, una
aventura más en la vida o un potencial amor. Pero ninguna instancia interior,
como en el caso de la mujer, le ha vibrado, nada lo ha sobrecogido, sus
sentidos solo han internado la estética visual, lo bello del cascarón, poco de
escencia, tan solo un accidente en su vida en su búsqueda del sentimiento más
bello. Ese amor ha quedado en línea fronteriza, y no ha arriesgado en nada su
propio corazón. ¿Miedo? ¿Cobardía? Probablemente una combinación de factores
han irrumpido en su fuero interior para frenar la amenaza que, tan solo unas
diminutas gotas de amor le provoca en su corazón; quizá la paradoja más grande
que un hombre experimenta en una
relación amorosa en ciernes, es apegarse a la soledad de la que tanto ha
deseado alejarse, por un lado, y experimentar temor ante la presencia de un
amor, sentir el prurito del afecto, la esperanza de amar pero entregando el
corazón a una mujer, y no solo deseándola, por el otro. Y algunas veces esta
desconfianza del hombre es debido al desconocimiento sobre el origen del amor
en una mujer. Imagina que el sentimiento le ha venido como a él: desde afuera y
pasando a través de los sentidos, para luego procesarlos hasta validarlos
después de un dictámen largo y escabroso, y finalmente, si es que hay espacio
para ello, alojarlo en el corazón. Tal vez debería saber que una mujer
experimenta el amor como una especie de volcán, vehemente y apasionado, pero
también tierno y entrañable, y que le sale de sus entrañas y atraviesa cada vertebra
de su ser hasta alojarse en su hermoso corazón, para después procesarse en su
cerebro y en su mente lo que ya es inevitable, solo un visa para comprometer su
ser integro a un hombre. El que una mujer se enamore de un hombre, es verdaderamente
un regalo maravilloso, un portento, una ofrenda al corazón del hombre, un
deleite de agasajo y un verdadero placer cultivarlo. Mujer, atiende tu gran
valor de ser, tu dignidad, el ser integro que eres, porque Dios no se equivocó
al crearte. Tan valiosa como el hombre, pero tan profunda como nadie, consolida
el respeto que mereces y haz que cada quién a tu alrededor se mueva bajo tus
altos estándares de mujer, es decir, nunca pidas menos de lo que mereces y ni
te conformes con amores abreviados, probablemente opacados por una inercia de
desconfianza, esa fuerza que distingue a muchos masculinos. Ese hombre, si no
lo tienes, vendrá a su debido tiempo, cuando Dios lo decida. Y si alguien te
pretende en búsqueda de noviazgo, ampárate en tus sentidos y conecta el cerebro
a tu corazón. Sé sucinta y no entregues todo al primero que se atraviese. Asume
que vives en medio de una jauría de lobos, y uno solo de la manada será a tu
manera, a tus exigencias y expectativas, adaptable a tu cuadrante psicológico y
social. Y por último, si ya Dios te lo puso en tu vida hace tiempo bajo el
sacramento del matrimonio, amalo por siempre, cuídalo y protégelo. Dios lo ha
colocado en tu vida y a ti te corresponde atenderlo del todo. Por su parte, él
hará lo suyo en la medida que ambos estén en armonía, y de ese modo el amor los
mantendrá unidos y las intermitencias de la vida, antes que separarlos, los
convertirá en fuertes y poderosos cónyuges, amantes de locura, novios por
siempre.
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