Bajo la
urdimbre de mis pulsiones primarias, en la noche todo se deslinda con su luz
siniestra, y el día se apaga con la oscuridad
de mis peyorativas trampas. Encerrada en un espacio estrecho y con reducida
posibilidad de desplazamiento, pertenezco a un mundo diametralmente invertido,
y en el cual no tengo las destrezas para eludir, disipar, quizá por las
incongruencias que me cubren de principio a fin. Me recuesto en la sensación de
un vacío que me mece en un vaivén indefinido. La última ocasión que dilucidé
sobre mi apagada existencia, un tanto confusa advertí que me hamacaba en las
oscuras entrañas de la ruin y abyecta conjura del otro, de aquel de poder
inmerecido y templado en el fuego que no acrisola, pero destruye. Imaginaba que
mi vida no valía un céntimo siquiera, y sin embargo un resquicio de sensatez se
postró en mi conciencia, empero una extraña fuerza me arrastró a un abismo
donde la voluntad queda a merced del otro que domina el espacio, el deseo por
la vida se mata por completo y la necesidad de morir aparece como una
posibilidad.
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