Soledad, ente de los abismos y cisma de los corazones, que
compartes mis inseguridades, junto a mis descalabros te arrimas a mi lado como
buscando sopesar tu oscuro vacío con la perplejidad de mi espíritu. Debo ser
claro contigo al decirte que no me haces falta, y que quizá la naturaleza de mis
aspiraciones coarten el camino inhóspito que me trazas en las avenidas del
dolor que mi espíritu asoma cuando me hundo en la privacía de mi self. Soledad
de mis tiempos de angustia, a veces dulce y bienhabida, aunque ello cueste
creerlo, y más de las veces amarga y maldecida, pero siempre conspirando contra
mi ventura en el afán de amordazarme e introducirme en un callejón sin salida. Soledad
que a hurtadillas apuntas tu letal dósis hacía mis debilidades personales, fraguando una encarnizada lucha de poder entre
mi ser y justamente tú, y cada quien con sus armas, por un lado en el terreno
de las posibilidades existenciales en lo que a mi me atañe, y de las cábalas y
enredos de tu naturaleza desprovista de amor en lo que a ti corresponde. Soledad,
dejarás de ser en mí en el momento que
mi corazón se despierte al amor por las grandezas que la vida otorga, y del
prodigio de seguir existiendo, lo cual produce una vibración que se extiende en
todo mi ser, muchas veces no advertida por tu compulsiva presencia. Pero solamente cuando ocurra ese
milagro en mi corazón, la felicidad inundadará los recovecos de mis entrañas, y
ella, la soledad de mis taciturnos días emprenderá el retiro a un confin que
los sentidos no capten, y que mi conciencia se alegre por su ausencia.
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