Wednesday, March 28, 2012

NADIE ES MONEDITA DE ORO


        "Nadie es monedita de oro", es la frase que le solía escuchar muy a menudo  a una compañera de trabajo cuando recién arribé a los Estados Unidos de América, hace veinte  años, que, dicho sea de paso, se me han ido como agua que corre en el río. Doña Gloria, así se llamaba la compañera, era la jefa de la cocina de un restaurante de comida Tex-Mex, en realidad una negociación pequeña, pero con mucho éxito puesto que cada día el lugar era bendecido con una gran cantidad de clientes, en especial anglosajones, los cuales abarrotaban aquel pequeño lugar, justo a las horas "pico": el «lunch» durante el mediodía, y el «dinner» durante horas de la tarde, sin llegar a caer la noche. De cualquier manera, el restaurante siempre tenía clientela, desde que abría al público a eso de las once de la mañana, hasta las ocho de la noche que era la hora que cerraba sus puertas. Para doña Gloria, quien llevaba cerca de veinte años trabajando allí, la numerosa clientela diaria le resultaba, en lo personal, como una adulación hacia su persona y en su calidad de cocinera. Le encantaba platicar de sus proezas culinarias, y de como los comenzales (clientes) se enamoraban de sus platillos maravillosos. Su plática era tan amena que hasta no faltaba quien le bajara al volumen de la radio, el cual operaba permanentemente desde que entrabamos hasta que salíamos de la negociación, y siempre en estaciones de música texana-mexicana, ranchera y corridos, con el objeto de escucharle sus peripecias gastronómicas de las que siempre, debo reconocerlo, me regocijaba. En una ocasión, un cliente de la raza negra pidió cuatro docenas de tamales para llevar, algo usual en aquel lugar. Lo inusual fue que, al cabo de treinta minutos, al hombre negro regresó al restaurante con molestia y enojo. La reprimenda la recibió el «manager»  encargado del restaurante, el cual escuchó del cliente horrores de aquellos tamales que recién había adquirido. Su queja principal es que los tamales estaban crudos, por un lado, y de que aquellas cuatro docenas de tamales tenían toda la sal del Océano Pacífico, por el otro lado. Al cliente se le devolvió su dinero y se le pidió disculpas por el inconveniente. Por su puesto, el manager del negocio arremetió en contra de doña Gloria, quién en esos precisos momentos justamente guisaba los chiles de las próximas tandas de tamales para la venta de la semana entrante. Despues de escuchar el regaño del manager, Gloria respiró profundo para no caer en agresiones mutuas con su jefe. Después, ambos conversaron pacíficamente, aunque con cierta incomodidad de parte de la cocinera estrella del lugar. Viéndose afectada en su estatus, le alcancé a escuchar, "es que le caigo mal a este manager. No cabe duda, nadie es monedita de oro".
        Recuerdo que en una ocasión el encargado de lavar los platos, un muchacho hondureño en sus veintes, y el parrillero del negocio, un mexicano de aproximadamente treinta años, tenían ciertos problemas para llevarse bien. En ocasiones discutían por casi cualquier cosa, hasta que un día y en un momento determinado ambos trabajadores llegaron a los golpes en el exterior de la parte trasera del negocio. Alertada por la situación, doña Gloria salió disparada de la cocina en dirección al patio trasero. Nos gritaba desde el exterior al resto de los que trabajabamos allí, que separaramos a los dos en disputa, tanto al azteca como al catracho. No pasó nada realmente. Sólo unos golpes leves y rasguños. Ambos fueron castigados. Al ratito, pasado el desagradable hecho, doña Gloria, en defensa del jóven hondureño comentó, "es que nadie es monedita de oro", ese paisano es como la fregada y no se da a querer. Era tan común escucharle la frase, que todos los trabajadores la empleábamos en nuestras vidas. Tengo fresca en la memoria las canciones que la radio tocaba cada día de trabajo, no así los nombres de los cantantes los cuales olvido con suma facilidad. Muchos cantantes texanos como Emilio Navaira, Selena, entre otros que escapan a mi memoria, los escuchaba cada día. Selena era una de mis favoritas, pero en los primeros meses del año 1996 ocurrió la desgracia del homicidio de esta cantante, tan famosa en ese tiempo. Doña Gloria lloró al saber la trágica noticia, y todos allí, sus compañeros de trabajo, estuvimos para consolarla. "Tan buena que era esa muchacha. A quién le hacía daño, ¡a nadie,a nadie. Al contrario, era ella pura alegría y amor, ¿a quién le podría haberle caído mal?" – comentaba doña Gloria con cierta aflicción debido aquel suceso de repercusión en el mundo misucal. Y prosiguió diciendo - Pero como siempre digo, nadie es monedita de oro, y esa vieja que la mató la tendrá que pagar – sentenció la cocinera. Y creo que doña Gloria no se equivocó en su predicción. Poco tiempo después encontré otro trabajo, y sólo me quedó el recuerdo de lo que fue el quehacer de la cocina profesional, de las anécdotas y enseñanzas de doña Gloria y de la grata compañía de mis compañeros. Una experiencia inolvidable que cada vez que escucho la ancestral frase "nadie es monedita de oro", evoca una porción de una  época de mi vida en los Estados Unidos.

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