sábado, 28 de enero de 2012

EL DERECHO DE CRECER

            La idea de todos los que tenemos hijos es  que, cuando éstos crezcan se conviertan en personas de bien en la sociedad, en la familia y consigo mísmos, y esa es una idea prácticamente cierta. En efecto, los padres mostramos un interés y una preocupación natural por nuestros hijos desde que nacen y por siempre. Aunque no siempre nuestros deseos se cristalizan en buenos actos en la educación, de manera tal que la enseñanza en el hogar muchas veces dista mucho de las intenciones originales. De ese modo, y desafortunadamente, nuestros hijos no cumplen las expectativas de adaptación, competitividad, autonomía y aplicación efectiva al medio social, laboral y en general a los ambientes cada vez más ásperos, exigentes y definitivamente más desafiantes. Veamos de que trata esta pequeña reflexión que yo denomino "el derecho de crecer" 
            Cuándo nacemos, permanecemos ligados por un tiempo importante a nuestra madre biológica, aunque no siempre esto es así debido a que muchas madres, o mueren en el acto del nacimiento del bebé o abandonan al vástago a su suerte. Lo que ocurre posteriormente con los bebés sin una madre, por la razón que fuere, es un trauma originario que lo imposibilita para ajustarse de manera normal a su medio y a las personas que le rodean. Y esto es solamente un factor entre muchas otras cosas más que ocurren después del nacimiento. Afortunadamente, estos son los casos mínimos, y la mayoría hemos disfrutado de nuestra madre cerca de nosotros, y de la ligazón natural que se produce entre ambos en forma mágica. A todos los seres humanos tal circunstancia en la vida nos proporciona la seguridad necesaria en la vida futura, y establece las bases para el logro de la autonomía e independencia que a cierta edad se vuelven elementos para crecer psicológicamente, y para adaptarnos al contexto, con la capacidad de hacerlo cada vez que ese mismo ambiente que nos rodea cambie, inclusive ante aquellos cambios verdaderamente drásticos.
            Cuando arribamos a la vida de adolescente, mucho de lo que aconteció en la etapa temprana de la niñez, de cuando nuestra madre nos acogió, nos arropó con su amor incondicional, viene a repercutir en nuestras relaciones con las demás personas. Observe bien que importante es esto último. El o la jóven adolescente, de pronto irrumpe en la sociedad, luego se retrae. Es el juego de ser "grande" o de permanecer como "niño". Es la lucha por conquistar el mundo y de convencer a todos de que ha crecido y que ya lo sabe todo. Pero también el jóven necesita de su condición de niño para satisfacer mucho de lo que aún le pertenece como muchacho que aún es. Recuerde que el adolescente, ni es adulto ni es niño. Se le ubica en un estado de "transición", no un " impasse ", por que en realidad esta etapa de la vida le proporciona al ser humano un aprendizaje enriquecedor para la vida adulta. Visto como una causa, la adolescencia es un disparador de destrezas y habilidades. Es el espacio que el jóven tiene para regocigarse como niño y como adulto. Es la etapa de experimentar en un campo nuevo en la vida, de nuevos derechos, pero tambien de nuevas responsabilidades que asumir. Entonces, los muchachos se encuentran entre la disyuntiva de crecer ó de no hacerlo; de hundirse o de flotar. En este punto, la adolescencia conceptuada como consecuencia de lo que la persona ha experimentado desde su etapa de los primeros años de vida, es una verdadera calamidad para muchos muchachos, y de seguro para sus padres. Los jóvenes que no logran adaptarse al medio, y que encuentran dificultades en forma sistemática y continuada en esta etapa de la juventud, es posible que estén mostrando, ya sea un déficit en la expresión de amor durante su primera infancia o bien un exceso de ese amor que se ha prolongado hasta su juventud, ahogando al jóven y robándole las posibilidades de ser él mísmo. Aquí el muchacho es donde experimenta verdadera dificultad y desasosiego, y no sabe que hacer. Se frusta y se deprime; se desvaloriza como ser humano y se siente inadecuado consigo mísmo y para los demás. Es verdaderamente un sentimiento producto de algo más profundo en la vida anímica e inconsciente del ser. Es cierto que la etapa de la adolescencia tiene dificultades y  turbulencias. Seguro que usted se acuerda de lo que le pasó siendo joven. Pero cuando los problemas de adaptación  coexisten, inclusive antes de esta etapa, y que arribando a ella la vida del jóven se transforma y se intensifíca negativamente, y en consecuencia la de su familia, y que esa es la constante de todos los días, sin dar muestras de crecimiento, de una verdadera asunción de las responsabilidades, entonces estamos hablando de que el jóven ha sido víctima de una enseñanza inapropiada que proviene de su primera infancia, y que deviene con el paso de los años menoscabando su salud mental. En cierta forma los padres son responsables de una situación así. No siempre ocurre abruptamente el paso de la niñez a la adolescencia. Muchas veces pasa inadvertido, no obstante el jóven se muestra falto de un buen sentimiento de sí. Es decir, su autoestima está en declive y el sentimiento de inadecuación prospera, y los padres parecen no darse cuenta de ello. La pasividad del o de la jóven los mantiene tranquilos, pero no imaginan lo que lleva dentro, el infierno que vive y que lo oprime cada día sin encontrar la puerta. Mal que bien, pasamos a la vida adulta y solo nosotros sabemos de nuestras debilidades, carencias y del basurero que, como Pípilas modernos, nos ajustamos a nuestras espaldas para protegernos del ataque de los demás, y hasta del nuestro. Inaguramos nuestra personalidad como adultos y resaltamos lo que nos gusta de nosotros. Somos ante los demás un dechado de virtudes. Cuando de pronto nos miramos al espejo con los ojos del alma, nos aborrecemos y abandonamos esa práctica de vernos hacia adentro por que nos dañamos al no aceptarnos; somos susceptibles de lo que advertimos dentro de sí mismos, pero lo dejamos guardadito en el fondo de la mente para que no nos lastime. Sin embargo, como lo mencioné antes, para los demás somos la otra cara, la que deseamos que otros vean y alaben; la cara del vacío, la inexistente, la que habla del no tú, de aquel ser que no vive, sino que muere lentamente, o que a lo mejor ya esta muerto y no te atreves a encarar; la que habla de aquel ser idealizado por todos y deseado por ti, por que sin ello tu ser se desvanece, se constriñe, se achica, se mengua. Así vamos dando tumbos por la vida con tribulaciones y quebrantos. En el momento que se nos exige, volteamos a ver a nuestros padres en señal de auxilio. A la mínima señal de autonomía, nos inundamos de miedo por que no se nos ha enseñado a ser independientes. Todo se nos ha arreglado en la vida de tal suerte que nuestros miedos son tan grandes que tenemos una incapacidad de hacer frente a la vida y encararla con agallas. Nuestros padres han violado nuestra necesidad psicológica de ser autónomos y de valernos por si mísmos. De modo que usted, ya de adulto muchas veces no sabe como lidiar con ello, pero sobre todo no sabe como justificarse, y la censura de los que le rodean le importa sobremanera. Una consecuencia es de que se retrae y busca acomodo donde no lo confronten y con quienes le apapachen su problemática. Eso lo reconforta de momento, pero no le permite crecer. Quizás no se da cuenta, pero le han robado el derecho de crecer, y aquí el ladrón no es alguién fuera de casa. Los verdaderos cacos son sus padres que por motivos personales y, seguramente por ignorancia, le privaron de la oportunidad única e irrepetible de ser auténticamente autónomo. Me refiero a la autonomía mental; aquella que se logra en forma natural al principio de la vida con los amores y cuidados maternos, abrazándolos para después dejarlos ir, no para quedárselos por siempre como seres sin una vida propia.
            Finalmente, si eres un padre y estás en esa situación y lo que estás leyendo te hace sentir culpable, aún posees la capacidad de lograr grandes cosas en tus hijos, especialmente con aquel al que te mantienes atado y que igual se anuda a ti. Hay opciones de crecer como padres y de hacerlos crecer como hijos, no obstante la edad que tengan. Mientras haya vida habrá esperanza. Crea las condiciones para que tu hijo(a) logre las cosas por meritos propios, y los éxitos iniciales le ayudarán a desprenderse y valerse a sí mismo. Desde luego, tendrás que aprender a separarte y dejarlo ser. Tiene derecho a equivocarse y a cometer errores garrafales. Después de todo, los humanos tendemos a equivocarnos muy a menudo. Otra acción conjunta es el diálogo. Platique con su hijo(a) acerca de lo que piensa y déjelo(a) expresarse. Concientizar puede producir cambios positivos inesperados. Recuerda que si como padre fallaste  en favorecer una vida de crecimiento psicológicamente sano para el o ella, ahora es el momento de actuar, de recuperar lo perdido. Deja que el sentimiento de culpa se aleje. No te permitas vejar por ella. Después de todo, lo que hiciste con tus hijos lo hiciste pensando por el bienestar de ellos. Los errores son parte de nuestra naturaleza y todos los padres de familia los cometemos. No es hora de pensar. Es hora de actuar.
           

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