Carta a mis bellas hijas, Criscynthia y
Kathia:
Ustedes
- El gran parteaguas de mi vida.
Mi corazón ha sido tocado por sus lindas
personas y nunca jamás volverá a ser el mismo desde que, de la profundidad de
mi ser, de él emanó naturalmente un sentimiento de afecto tan magnánime y
excelso que no me cupo en mi pecho, ya de por sí, traspasado de amor y
felicidad, pero que mi boca siempre se llenó de orgullo y de pasión paterna por
ustedes, mis bellas y hermosas hijas del alma, de mi corazón y de mi propia
sangre. Han pasado los años desde aquellos lindos momentos inolvidables en los
que jugábamos con amplio retozo y alegría, de cuando eran pequeñas y se
divertían a granel; esas bellas sonrisas que se dibujaban en sus inocentes y
hermosas caritas y que permitían que yo me revolviera de amor y felicidad. Quién
o qué podría sustituir eso, simplemente nada ni nadie. No obstante esa permanente
algarabia, a veces la tristeza nos envolvía por razones de disciplina, ese amor
que duele por verlas crecer en el camino correcto, el sacrificio de verlas
sufrir por algo, por alguien, por lo que fuera. También la tristeza nos
embargaba porque, debo ser honesto, mis propias frustaciones eran recargadas
injustamente hacia ustedes. Y aunque eso ha quedado en el pasado, la huella
permanece fresca en las paredes internas de nuestros corazones. A pesar de
ello, en el balance y el recuento de los hechos, justo en esa retrospectiva que
me hace embargarme de añoranza, nuestra propia historia familiar ha resultado
más positiva que negativa. Las integridades y espíritus nuestros tienen mucho
que decir de lo que aconteció. Empero, el amor siempre fue la guía principal en
mi proceder. Ese amor que nació grande, y sigue siéndolo aún con mayor
intensidad, es el placer que cubre todas mis intenciones y deseos; la pasión de
amar sin condiciones y entregarse en completud a ustedes, toda una delicia, un
gozo inigualable. Hoy por hoy, han dejado de ser niñas y, quizá, he dejado de
ser cariñoso al tacto, pero nunca dejarán de ser mis preciosas hijas a las que
amo con todo mi corazón. La razón más poderosa de mi existencia la constituyen
ustedes, y espero permanecer por mucho tiempo más, el tiempo que Dios me
otorgue para vivirlo intensamente juntos y, lo espero con todo el amor del
mundo, con los que vengan de sus propias entrañas por obra del Señor. Jamás
olviden que las amo por sobre todas las cosas, y nada ni nadie usurpará ese
lugar porque, por autonomasia, les pertenece a ustedes. Podré amar a otras
personas porque el amor me brota de mi corazón como a un río le brotan los
cauces incontenibles de aguas deseosas de abrirse camino por la vida, y porque
al amor jamás se le coarta y no es ningún motivo de vergüenza, pero nunca será
igual y ni siquiera comparable al que siento por ustedes, pues es el amor tan
grande que les tengo el que me permite orientarme con suma prudencia por la
vida y tener bien presente mis prioridades amorosas. Mi amor les ha
pertenecido, les pertenece y permanecerá con ustedes por siempre. I love you
forever.
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