Monday, April 20, 2015

EL VERDADERO AMOR HIERE



    Me preguntaba hasta que punto hemos sido capaces de faltarles al respeto a nuestros hijos, y si alguna vez les hemos pedido perdón por ello. No debe causarnos asombro este cuestionamiento, pues esa es una circunstancia que nos pasa a todos los padres en algún momento de nuestras vidas con esos bellos hijos nuestros. En cambio, lo que debe llamar nuestra atención es el grado en que dicha circunstancia se ha repetido con nuestros hijos a través del tiempo, significando con ello un daño a esos seres que amamos, a los seres que emanaron de nosotros por la gracia de Dios. Pero, no obstante, y a pesar de todo lo que ha pasado, quizá solo hemos tenido, hasta cierto punto, la entereza del daño, pero no la capacidad de solicitar el perdón, la disculpa con los hijos, o con ese hijo que nos quiebra la cabeza, para alcanzar la reconciliación esperada y poder vivir en paz con ellos y con nuestra conciencia en la presencia de Dios. A los ojos de un observador cualquiera, no se sabe si ellos viven cobijados ya sea, bajo nuestra sombra o bajo nuestra luz. Si creemos que ellos ya se olvidaron de aquel penoso suceso que nos envuelve, padre o madre, es pertinente decir que estamos muy equivocados. Nada en esta vida es tan errado de pensar que las cosas se disolverán por el paso del tiempo. Los hijos llevan un registro en su corazón de cada suceso vivido, de cada momento de felicidad y tristeza que han experimentado. Y a nosotros, por ser sus padres, nos recuerdan cada cosa que les hemos causado, las penas que hayan vivido por nuestra causa, los sinsabores, además de los momentos de felicidad. Mas sin embargo, por un evento traumático o desproporcionalmente desagradable a una vida regular, mil eventos de felicidad dados y ofrecidos con todo el amor y el cariño parecen desplomarse. Empero  como padres, desde el momento que tenemos el derecho de equivocarnos en nuestros actos y decisiones, nace también  la obligación moral de disculparnos de frente a nuestros hijos, y de frente para que no quepa duda de nuestro arrepentimiento por los errores en que hemos incurrido en su desarrollo integral en algún momento de sus vidas. Y es de ellos el derecho de ser respetados por sus progenitores, acción muchas veces no ejercida por nosotros los padres que nos perdemos en el orgullo, la jerarquía y la necedad de no humillarnos frente a un ser de nuestra propia sangre.
    No desaprovechemos esa gran oportunidad de reconocer nuestros errores para con nuestros hijos. Ir a ellos con amor y  humildad, y que nuestra actitud no se empañe con orgullo falso y sentimiento de superioridad racionalizado. Que ante la “humillación” (el pedirles perdón con verdadero arrepentimiento) no se desvanezcan nuestras fuerzas. Pronto realizaremos que esa postura de verdadero amor nos engrandecerá porque Dios lo ha dicho con verdadera sabiduría: “Aquel que se engrandece Dios lo humilla, pero aquel que se humilla Dios lo engrandece” Y ese hijo nuestro que nos ha traído locos, aprendería una lección de vida, quizá la más importante que le hubiesemos enseñado en nuestra existencia por ser una verdadera lección de amor que implicaría una excelsa valentía, un sacrificio monumental en nuestra jerarquía parental y una puñalada al orgullo que, habiendo posado inamovible por muchos años en un pedestal de insospechada altura, se habría vuelto añicos para fortuna nuestra y la de ellos mismos.

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