martes, 19 de noviembre de 2013

RECUERDOS



       Anoche recordaba de cuando recién nos conocimos, en aquellos años de juventud y felicidad que disfrutabamos casi sin parar. Todas las cosas nos parecían maravillosas, y nuestros encuentros tenían esa magia de gozo pleno. Todo era tan hermoso porque nos sentíamos en las nubes, y no había absolutamente nada que nos bajáse de allí. Recuerdo que experimenté algo muy especial cuando comenzaste a cortejarme. El hecho de saber que yo te interesaba fue algo sensacional. Al principio casi no me daba cuenta de tus pretensiones, pero después de algún tiempo todo era más claro para mi. Tu caballerosidad y gentileza me cautivaron, tus formas y tu manera de conducirte conmigo me sedujeron en forma inmediata. Tu voz alegre me suavizaba el oído con esas palabras que salían de tu corazón, y que más de una vez me hicieron llorar de alegría. Creo que sin darte cuenta me hacias sentir más protegida y segura, y eso me fascinaba de ti. Como olvidar cuando me declaraste tu amor; todo fue tan espontáneo de modo que ni las palabras fueron necesarias. El roce de tus labios con los mios sellaron nuestra relación, y desde entonces conocí el amor puro, el verdadero amor entre un hombre y una mujer. Lo sublime y sincero de nuestro amor nos unió con verdadera fuerza, y en un corto tiempo eramos el uno para el otro. En verdad nos amabamos con locura. Paso el tiempo y ese amor se estabilizó. Aprendimos a conocernos en la intimidad de nuestros espíritus, y conforme eso ocurría parecía que aquel amor pleno de cuando apenas nos estrechamos en los albores de nuestro noviazgo,  declinaba en intensidad, aunque no del todo llegando a posarse en un término medio, suficiente y hasta cierto punto disfrutable, no obstante nuestras diferencias que ya comenzaban por hacer mella en nuestras vidas con ligeras discusiones y peleas que yo denominaba como normales a cualquier pareja de novios. Gravitamos durante algunos años de ese modo, hasta que un nuevo amanecer levanto ese amor inicial: me pediste ser tu esposa. Era un sueño que en poco tiempo realizaríamos por decisión propia. El amor pareció emerger nuevamente como al principio de nuestra relación, y estaba segura de que mi amor por ti no habia cambiado desde entonces. Confieso que nunca dudé de tus sentimientos  porque contigo a tu lado siempre me sentí amada, querida, apreciada y protegida. Tu me hacías sentir eso que toda chica aspira vivir por siempre en su relación de noviazgo, inclusive en la relación matrimonial. Una vez que nos unimos bajo la ley de loshombre y la ley de Dios, excepto al principio de nuestro matrimonio en el que me converti en tu reina porque verdaderamente te comportaste como todo un caballero conmigo y me hicistes sentir de ese modo con tus gestos de amor y el trato suave y protectivo, la vida comenzó por mostrarme  gradualmente otra cara, una faz que me asustaba porque atentaba contra nuestro amor. Después de un tiempo tus caricias ya no eran las mismas, tus palabras ya no sonaban dulces a mis oídos, y mi corazón se agitaba por la angustia. La primera vez que me levantaste la voz observé en tu rostro enojo y frustación, y eso me hizo sentir por primera vez desprotegida. Imaginé que eso les sucede a todos los matrimonios. Seguramente lo había escuchado en casa junto a mis padres cuando aun era soltera. Pasó el tiempo y en un vaivén de aconteceres sucedió lo que tanto ansiaba, embarazarme de ti. Aquello fue la locura y ambos disfrutamos el momento: desde el día que te enteraste de mi embarazo, desde ese día me cobijaste con abrazos y cariños excelsos. Volví a sentirme apreciada y muy protegida por ti. En ese tiempo que llevaba a mi bebé en mis entrañas, llegué a sentirme confundida y un tanto sensible. Dudaba de tu cariño y hasta pensaba que solo me protegías por mi embarazo, por ese hijo también tuyo que portaba en mi vientre. Sin embargo pensé que eso era normal. Ahora el bebé era más importante que yo, por lo menos eso imaginé. Además, mi mamá alguna vez me dijo que las mujeres embarazadas se vuelven tan sensible a todo, y que eso es solamente algo pasajero. Pasados los nueve meses de embarazo todo cambiaría. Transcurrió el tiempo hasta que nuestro hermoso hijo apareció en nuestras vidas y ello nos colmó de mucho placer y felicidad. No fue facil incorporar un nuevo amor a nuestras vidas, pero creo que durante el primer año eso sucedió pero nuestra relación también comenzó a cambiar dramaticamente. Nuestros encuentros eran menos frecuentes, y la intensidad de los mismos solía oscilar de más a menos. Estaba segura que ya no eras el mismo, lo cual me mantuvo angustiada por un tiempo considerable. Yo me refugiaba en el amor de nuestro pequeño hijo, y de ese modo dejaba de sentir el dolor de sentirte alejado cada vez de mi. Llegué a sentirme usada cuando bajo las penunbras de la noche me tocabas. No lo soportaba pero siempre tuve miedo en decírtelo por temor a fastidiarte. Asi pasaron nuestros primeros dos años de casados, después de lo cual sobrevino mi segundo embarazo. Las cosas no sucedieron igual como cuando mi primer embarazo. Ya no me cuidabas con ese esmero inicial. No existió el tiempo de cariño y afecto; además de que las obligaciones y necesidades con el primer hijo restó tiempo para nuestra relación matrimonial. Después de todo esto, han pasado ya muchos años más y con tres hijos he logrado realizarme como madre, pero mi vida conyugal en definitiva ha resultado un desastre. Me has usado, me has olvidado, me has convertido en un mueble de adorno, he sido para ti un objeto de tu incapacidad de quererme y de hacerme sentir mujer e, inclusive, de tu frustación. Todo lo he soportado por mis hijos. He dejado de recordar para  no maldecir mi pobre destino al vivir contigo por tanto tiempo en infelicidad. Cada vez que recuerdo nuestra vida matrimonial me sobreviene un resentimiento muy fuerte y una frustación grande. Es extraño pero a veces te amo y en ocasiones te odio. No preciso de mis sentimientos respecto de ti, y encuentro en mis hijos un bálsamo bendito para suavizar mis desdichas. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario