Anoche recordaba de
cuando recién nos conocimos, en aquellos años de juventud y felicidad que
disfrutabamos casi sin parar. Todas las cosas nos parecían maravillosas, y
nuestros encuentros tenían esa magia de gozo pleno. Todo era tan hermoso porque
nos sentíamos en las nubes, y no había absolutamente nada que nos bajáse de
allí. Recuerdo que experimenté algo muy especial cuando comenzaste a
cortejarme. El hecho de saber que yo te interesaba fue algo sensacional. Al
principio casi no me daba cuenta de tus pretensiones, pero después de algún
tiempo todo era más claro para mi. Tu caballerosidad y gentileza me cautivaron,
tus formas y tu manera de conducirte conmigo me sedujeron en forma inmediata.
Tu voz alegre me suavizaba el oído con esas palabras que salían de tu corazón,
y que más de una vez me hicieron llorar de alegría. Creo que sin darte cuenta
me hacias sentir más protegida y segura, y eso me fascinaba de ti. Como olvidar
cuando me declaraste tu amor; todo fue tan espontáneo de modo que ni las palabras
fueron necesarias. El roce de tus labios con los mios sellaron nuestra
relación, y desde entonces conocí el amor puro, el verdadero amor entre un
hombre y una mujer. Lo sublime y sincero de nuestro amor nos unió con verdadera
fuerza, y en un corto tiempo eramos el uno para el otro. En verdad nos amabamos
con locura. Paso el tiempo y ese amor se estabilizó. Aprendimos a conocernos en
la intimidad de nuestros espíritus, y conforme eso ocurría parecía que aquel
amor pleno de cuando apenas nos estrechamos en los albores de nuestro
noviazgo, declinaba en intensidad, aunque
no del todo llegando a posarse en un término medio, suficiente y hasta cierto
punto disfrutable, no obstante nuestras diferencias que ya comenzaban por hacer
mella en nuestras vidas con ligeras discusiones y peleas que yo denominaba como
normales a cualquier pareja de novios. Gravitamos durante algunos años de ese
modo, hasta que un nuevo amanecer levanto ese amor inicial: me pediste ser tu
esposa. Era un sueño que en poco tiempo realizaríamos por decisión propia. El
amor pareció emerger nuevamente como al principio de nuestra relación, y estaba
segura de que mi amor por ti no habia cambiado desde entonces. Confieso que
nunca dudé de tus sentimientos porque contigo
a tu lado siempre me sentí amada, querida, apreciada y protegida. Tu me hacías
sentir eso que toda chica aspira vivir por siempre en su relación de noviazgo,
inclusive en la relación matrimonial. Una vez que nos unimos bajo la ley de
loshombre y la ley de Dios, excepto al principio de nuestro matrimonio en el
que me converti en tu reina porque verdaderamente te comportaste como todo un
caballero conmigo y me hicistes sentir de ese modo con tus gestos de amor y el
trato suave y protectivo, la vida comenzó por mostrarme gradualmente otra cara, una faz que me
asustaba porque atentaba contra nuestro amor. Después de un tiempo tus caricias
ya no eran las mismas, tus palabras ya no sonaban dulces a mis oídos, y mi
corazón se agitaba por la angustia. La primera vez que me levantaste la voz
observé en tu rostro enojo y frustación, y eso me hizo sentir por primera vez
desprotegida. Imaginé que eso les sucede a todos los matrimonios. Seguramente
lo había escuchado en casa junto a mis padres cuando aun era soltera. Pasó el
tiempo y en un vaivén de aconteceres sucedió lo que tanto ansiaba, embarazarme
de ti. Aquello fue la locura y ambos disfrutamos el momento: desde el día que
te enteraste de mi embarazo, desde ese día me cobijaste con abrazos y cariños
excelsos. Volví a sentirme apreciada y muy protegida por ti. En ese tiempo que
llevaba a mi bebé en mis entrañas, llegué a sentirme confundida y un tanto
sensible. Dudaba de tu cariño y hasta pensaba que solo me protegías por mi
embarazo, por ese hijo también tuyo que portaba en mi vientre. Sin embargo
pensé que eso era normal. Ahora el bebé era más importante que yo, por lo menos
eso imaginé. Además, mi mamá alguna vez me dijo que las mujeres embarazadas se
vuelven tan sensible a todo, y que eso es solamente algo pasajero. Pasados los
nueve meses de embarazo todo cambiaría. Transcurrió el tiempo hasta que nuestro
hermoso hijo apareció en nuestras vidas y ello nos colmó de mucho placer y
felicidad. No fue facil incorporar un nuevo amor a nuestras vidas, pero creo
que durante el primer año eso sucedió pero nuestra relación también comenzó a
cambiar dramaticamente. Nuestros encuentros eran menos frecuentes, y la
intensidad de los mismos solía oscilar de más a menos. Estaba segura que ya no
eras el mismo, lo cual me mantuvo angustiada por un tiempo considerable. Yo me
refugiaba en el amor de nuestro pequeño hijo, y de ese modo dejaba de sentir el
dolor de sentirte alejado cada vez de mi. Llegué a sentirme usada cuando bajo
las penunbras de la noche me tocabas. No lo soportaba pero siempre tuve miedo en
decírtelo por temor a fastidiarte. Asi pasaron nuestros primeros dos años de
casados, después de lo cual sobrevino mi segundo embarazo. Las cosas no
sucedieron igual como cuando mi primer embarazo. Ya no me cuidabas con ese
esmero inicial. No existió el tiempo de cariño y afecto; además de que las
obligaciones y necesidades con el primer hijo restó tiempo para nuestra
relación matrimonial. Después de todo esto, han pasado ya muchos años más y con
tres hijos he logrado realizarme como madre, pero mi vida conyugal en definitiva
ha resultado un desastre. Me has usado, me has olvidado, me has convertido en
un mueble de adorno, he sido para ti un objeto de tu incapacidad de quererme y
de hacerme sentir mujer e, inclusive, de tu frustación. Todo lo he soportado por
mis hijos. He dejado de recordar para no
maldecir mi pobre destino al vivir contigo por tanto tiempo en infelicidad. Cada
vez que recuerdo nuestra vida matrimonial me sobreviene un resentimiento muy
fuerte y una frustación grande. Es extraño pero a veces te amo y en ocasiones
te odio. No preciso de mis sentimientos respecto de ti, y encuentro en mis
hijos un bálsamo bendito para suavizar mis desdichas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario