Pensaba en la
nada envidiable situación conyugal por la que atraviesas en estos tiempos de
locura familiar. Si acaso es dable imaginar cómo sería la vida sin ese tapujo
con lo que has llenado tu apariencia ante los demás, seguramente hubieses caído
en el descrédito ante los ojos del mundo por la razón de tu insostenible
estoicidad que no justifica en nada tu abatida dignidad de mujer. Nadie ha
pretendido robar tu amor propio, ese decoro que tanto defiendes en distintas e incontables
situaciones, defensa que se vuelve un espejismo cuando él te subyuga con su
sola mirada y te postras humillada siempre a sus pies, solo que tú has
permitido que él llegue hasta donde lo ha logrado. El ultraje al que te sometes
resulta de una mezclada y maldita suerte de debilidad personal y de amor que dices sentir por esa
persona, inclusive lo atribuyes a la presencia de tus hijos según tus
propias apreciaciones. Pero nada de éste mundo ni de ningún otro justifica caer en la
deshonra matrimonial, en la opresión dentro de esa relación en la que deberías,
creo yo, estar inundada de amor y respeto, en lugar de lo que ahora justamente sufres
por decisión personal. Si es el tiempo de avanzar en la dirección deseada y ya
estas cansada de ser el juguete de tu esposo, es también decisión tuya. De ti depende
el que te mantengas en el oprimente statu quo o que interpongas una actitud proactiva de cambiar el rumbo. No es él, ni son tus hijos
y ni nada que quieras atribuírle la causa del infortunio que vives ahora. Es tu
conciencia, tu decisión personal lo que te ha llevado a tocar fondo.
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