Sunday, April 8, 2012

MUJERES Y HOMBRE INFIELES

  
        ¿Le ha sido infiel a su esposo (a)?  Bueno, creo que esa es una pregunta bastante incómoda e indiscreta. Tal vez no es una manera muy atractiva de comenzar una reflexión en la que el propósito del autor es que dicha reflexión sea leída por muchos. Y no tan solo que sea leída, sino que sea recomendable a otros.  Mas sin embargo, creo que los temas difíciles y espinosos son los más leídos, por la sencilla razón de que versan sobre hechos netamente humanos y de una comprobada cotidianeidad. En efecto, la infidelidad es un hecho consumado cada día en todas partes del mundo y por toda clase de personas sin importar raza, credo, país, género, ocupación, etc., etc., etc. Le puede parecer extraño que un tema tan complicado y oscuro( mejor dicho “oscurecido” ) no tenga la atención que merece, ni la difusión que necesita, por lo menos para alarmar y prevenir que más gente recurra a este fenómeno cultural con impacto en la familia y en las personas. ¿Por qué razón se habla más de la drogadicción que de la infidelidad matrimonial?  ¿Qué acaso la infidelidad no destruye hogares y afecta la salud mental de la familias al igual que  el consumo de drogas? Pues  claro que sí, por supuesto. No se imagina los dolores de cabeza que causa la infidelidad; aún y cuando todavía no se le detecte en el hogar,  ya se encuentra causando estragos entre los protagonistas, y claro que con los más débiles la repercusión es mayor, es decir,los hijos.
        La infidelidad contiene una valorativa connotación cultural muy importante. Se sabe más de la infidelidad de parte del hombre, pero de la infidelidad femenina hasta hace pocos años sabíamos muy poco, de hecho hemos aprendido mucho más en los últimos veinte años que en un siglo. La razón principal de esta circunstancia, es la preminencia de la cultura machista en la sociedad occidental. La figura masculina, como protagonista principal de los acontecimientos en el mundo, ha tomado ventaja en la  sociedad y en la política que le ha tocado vivir a lo largo del tiempo. Así también, ha sido personaje principal dentro del núcleo del hogar en el que ha sido designado como el jefe, el proveedor, la autoridad máxima porque es quién toma las decisiones importantes, además de que define y moldea la estructura del hogar. En muchas sociedades todavía existe la idea de la superioridad del hombre sobre la mujer. De hecho, algunas regiones de Medio Oriente, que comulgan con el Islamismo, en sus oraciones dan gracias a Alá por no haberles enviado a una niña, en el caso de las mujeres que dan luz a un bebé varón. Tal vez éste sea un caso muy peculiar, pero en las sociedades de occidente la cosa no es muy distinta que digamos. A los varones siempre se les ha destinado las mayores expectativas de crecimiento y desarrollo profesional y de participación ciudadana, porque realmente las sociedades han sido diseñadas por y para ellos. En tales circunstancias, es de pensarse que los hombres han llevado la batuta en la sociedad y en la familia. Debido a ello, quizás la infidelidad masculina sea un asunto más de cultura, y la infidelidad femenina un problema de control de impulsos y de emociones, quizá de desamor, más un asunto del corazón. A esta variante, hay que agregarle la aceptación de la infidelidad de los varones en la sociedad, o por lo menos la permisividad del asunto. No en el caso de la mujeres, quienes, viéndose más desfavorecidas, se les ha crucificado por recurrir a ella. Con lo anterior, quiero significar que en la cultura machista el varón ha impuesto la infidelidad como un asunto cotidiano aceptable, culturalmente hablando. Muchas mujeres en el pasado la aceptaban, incluso la permitían, y esta condición era del conocimiento de los hijos y de la sociedad, en muchos casos. No era un asunto privado y oculto, y muchas veces se volvía un tema del que todos hablaban, incluída la consorte. Entre una sociedad y una cultura que permite este fenómeno que atañe a un hombre y una mujer en su relación formal o informal, el hombre encuentra en la infidelidad un recurso válido que parece no atentar contra su moral. Es simplemente un acto consecuente a una falla en la relación, o un deseo mundano “que los hombres poseen”, a decir por muchas esposas que, hasta justifican a sus esposos cuando incurren en infidelidad. En su esquema mental la cultura se sobreimpone y los remanentes personales quedan bajo su sombra. En el mejor de los casos, es un tema implícito que pinta la dinámica conyugal bajo el tabú de las cosas que no se deben de hablar por estar prohibidos.
        Por otro lado, la infidelidad tiene sus raíces en el hogar. Esto es tanto para hombres como para mujeres. El mayor aprendizaje que los hijos adquieren en su vida es, por supuesto,  con sus padres. Éstos son los principales agentes del desarrollo de la personalidad de sus hijos. Además los hijos aprenden más con el ejemplo que por cualquier otro medio. Los padres partícipes de la infidelidad  muestran a sus hijos los patrones de vida y de comportamiento a seguir, y cuando éstos últimos crecen tienden a repetir dichos patrones. A veces la infidelidad es un asunto conocido en el hogar, otras veces no, y en los peores casos la infidelidad es subyacente, existe pero se niega como lo dije antes, o simplemente es un secreto familiar del que nadie habla. Ambos prefieren seguir la fiesta en paz omitiendo el problema original, pero entrando en otro grave problema de relación. Al crecer, los hijos conocen más a sus padres, y ellos advierten la dinámica del hogar y perciben cuando la infidelidad está presente en algunos de sus progenitores. Una vez que  los hijos han aprendido a vivir con la infidelidad a lo largo de sus años de vida en el hogar, ellos incorporan este concepto a sus esquemas mentales y lo ven como parte de las posibilidades en sus propias vidas. «Es obvío que, cuando has vivído con algún patrón de vida específico, es más probable que lo repitas en tú propia vida, que aquel que nunca has experimentado» Los padres somos modelos de lo bueno y de lo malo, e invariablemente forjaremos en nuestros hijos con los valores practicados. Comparto con la idea de que las palabras son importantes, y lo que les digamos a nuestros hijos causará en ellos una impresión importante, pero ante todo debemos decir que el ejemplo es como una gran ola que los arrastra, y ellos tomarán primero lo que tú hiciste que lo que tu dijiste, en tu papel de padre. Nosotros somos sus modelos y ellos son nuestros imitadores, por excelencia.
      Otra causa de la infidelidad en el matrimonio tiene que ver con los problemas de relación entre la pareja. Por lo regular, la frase machista de que “el hombre busca en otra parte lo que no encuentra en su hogar” ha sido la guía falsa que durante años hemos mantenido vigente, que y no la hemos suprimido del todo. Incluso hoy en día es la excusa mayor entre los hombres que explícita o implícitamente se han convertido infieles con sus esposas. Al mismo tiempo, ello ha sido de utilidad para aquellas féminas que han transgredido a la promesa de serle fiel a su esposo. También, éste desbalance es una conveniencia  entre los sexos respecto a la infidelidad, sobre todo para aquellas mujeres que han decidido serle infiel a sus parejas. Ocultas bajo esta cortapisa cultural, muchas veces las damas recurren a este acto  motivadas por problemas en la relación y por la falta de atención de los hombres hacia ellas. La mujer se siente incomprendida y siente que ya no es atractiva a su hombre, como en el pasado lo fue. La relación entre ambos ha perdido intensidad, y él ya no tiene palabras bonitas y agradables para ella. Se siente como un instrumento sexual para satisfacer únicamente a su hombre. Bajo esta situación, ella es una presa fácil de la infidelidad. Su corazón vacío, carente del amor del marido, es siempre un corazón en riesgo de caer en otras manos masaculinas. Muchas veces la necesidad de sentirse amadas es más fuerte que los valores morales y cristianos, reglas de toda la vida de permanecerle fiel a sus esposos. Las mujeres suelen ser más guíadas por el corazón que los hombres, los cuales recurren más al deseo carnal en los casos de infidelidad, dejando el corazón en casa. Eso es algo que la mujer no puede hacer; está imposibilitada para hacerlo, no porque no lo desee, sino por su propia naturaleza. Cuándo la mujer es infiel, en el acto mismo de la infidelidad, piensa en su esposo o marido. El hombre, en cambio, se olvida de su esposa, y en ese momento de pasión le expresa “mucho amor” a la persona con la que le es infiel. Y cuando ambos, marido y mujer que han sido infieles, se acuestan juntos, en ese acto ella piensa en su marido justamente, lo hace suya y lo posee plenamente. En cambio el hombre, bajo la misma situación, imagina estar con la otra, la deseada, la segunda, la incondicional. Sin embargo, ésto no significa que el hombre ha dejado de querer a su esposa, o que ésta sea la razón por la que se encuentre en situación de peligro, de ruptura matrimonial definitiva. Una mujer en infidelidad, y que en el escenario de su acto infiel deja de pensar en su marido, es una mujer perdida para el marido, irrecuperable. El corazón de un hombre es “elástico”, acoplable a las circunstancias, como decía un famoso corrido mexicano “en el corazón de ese hombre caben muchas”, en cambio el de la mujer es maravilloso, tierno, sumiso y entregado, pero inflexible, y ahí solo cabe uno, ninguno más. Una vez que decide alejarse, no hay poder en el mundo que la haga retractarse. Solo Dios por su puesto. Probablemente, entre las razones de infidelidad se combinen la falta de satisfación sexual en la relación, la comunicación inadecuada entre ambos, la falta de respeto a lo largo del tiempo, el dejar que la relación se acabe y las palabras de amor y los detalles desaparezcan del todo. La relación se vuelve una rutina que produce aburrimiento e insatisfación de estar juntos como pareja. Se pierde el apetito sexual y el interés por el cónyuge. Tal vez los hijos ocupen un papel central en la vida de la pareja, de modo que no ya no queda tiempo para ambos. Esto puede ser así en circunstancias especiales, pero mas bien ocurre que se usa el pretexto de los hijos para el alejamiento de una vida marital más sana. Si dejamos que la crianza de los hijos vulnere nuestra relación con nuestros cónyuges, entonces estamos perdiendo terreno, y lo estamos cediendo a la posibilidad de una infidelidad futura. No son nuestros hijos en realidad los que hacen que los cónyuges se alejen cada vez uno del otro, sino mas bien son ambos los que olvidan que el complemento de sus vidas en la relación matrimonial es la relación sexual satisfactoria y de entrega plena entre ambos, y no una entrega unilateral, mecánica, obligada y de compromiso contractual.
    ¿Se ha preguntado usted cuales son los efectos de la infidelidad?  Vayamos por partes antes de hacer cualquier comentario al respecto. El cuestionamiento inicial es saber si la infidelidad tiene efectos de carácter societario, y si éstos a su vez producen algún efecto en la salud mental de quienes están involucrados en ella, es decir los hijos, padres y parientes cercanos envueltos emocionalmente con los protagonistas de la infidelidad. Observe bien que la infidelidad, cuando es un hecho consumado, tiene efectos devastadores en el matrimonio. La relación se viene abajo, y el peligro de una separación es inminente. El efecto visible se concreta a la estabilidad de la estructura y su permanencia, no obstante su dinámica responde a efectos invisibles al observador, los cuales se expresan en problemas de relación y de comunicación; el amor mutuo decae y la esperanza de una vida feliz se desvanece cada día. Si bien la infidelidad trae consigo dos estatus, el que mancilla la relación y el que se victimíza bajo el efecto de lo que el otro produce con el acto infiel. Ambos papeles se complementan en una relación predecible, y eso es lo que la hace peligrosamente estable. La inestabilidad emotiva que desencadena, la tristeza y depresión que puede proyectar en las personas son de los efectos mayores en los casos de infidelidad por ambos lados, ya sea de la mujer o del hombre. La desconfianza se apodera de la relación, y posiblemente nunca se recupere en ambos. Por otro lado, y no menos importantes son los efectos en los hijos. El sufrimiento de los hijos, ante un problema de infidelidad en los padres, es muy grande y deja huellas imperecederas en el alma. Los efectos de la infidelidad matrimonial son vivídos por los hijos como propios, es decir, como si ellos hubiesen sido los culpables de los problemas que sus padres enfrentan. La culpa generada desarrolla síntomas psicológicos comunes y transtornos psicosomáticos como señales comunicativas ante un acontecimiento que bien pudo haber sido único, no necesariamente como un patrón de conducta. Así mismo, sobrevienen otros efectos que impactan a los hijos, en especial a los más jóvenes, como el desempeño académico y conductual, transtornos de la relaciones interpersonales y en la dinámica con los miembros de la familia. La infidelidad puede volverse un patrón repetitivo en el hogar y,  en consecuencia, en un aspecto psicosocialmente heredable a los hijos, de tal suerte que sea constituído como un patrón cultural en ellos através de las generaciones
        Muchos son de la creencia de que la infidelidad en el matrimonio puede ser prevenida. Partiendo del hecho de que éste problema que tanto aqueja a tantos matrimonios hoy día, y que es una de las causas principales del divorcio, el problema merece una atención mayor de parte de las instituciones que se dedican al cuidado y atención de la familia. Tales instituciones dedican un tiempo considerable a los cónyuges en su función de padres, la forma de educar a los hijos y como sobrellevar una buena educación para ellos. Tambien se habla del desarrollo de los hijos, los diferentes aspectos en la vida de los niños y en la dinámica mental en cada etapa del crecimiento, es decir, su personalidad. En todo lo anterior se invierte un tiempo considerable, lo cual presupone que la salud del matrimonio se encuentra en perfectas condiciones. Al tema del matrimonio se le observa como un asunto lateral en el cuidado de la familia y de los hijos, no obstante el matrimonio es realmente un asunto central y prioritario para preservar la salud mental de todos los miembros del hogar. Si de ahí surge el problema de la infidelidad, entonces de ahí hay que valorar los aspectos para trabajar en una plena prevención del problema.
        En conclusión, es importante señalar que el problema de la infidelidad entre dos cónyuges es básicamente un asunto que no solo compete a ellos. Todos los miembros de la familia se ven trastocados por la eventualidad, y el efecto que se produce no es un asunto meramente aislado y único en la vida, sino un hecho que puede volverse sintomático como producto de una sociedad y una cultura que lo tolera y, en algunos casos extremos, acepta. Debemos ser concientes de lo peligroso de los actos de infidelidad y tratar de prevenirlos en el seno de nuestro matrimonio, por nuestra propia sanidad y la de nuestros hijos. Una atención mayor a la relación cónyugal, y un cuidado al amor que la pareja se profesa en forma sistemática son elementos de apoyo para sobrellevar una vida estable, feliz y humanamente predecible. Además, si pones a Dios en medio de tu matrimonio, habrás hecho lo más sabio que hay en la vida. La familia es lo más sagrado que los humanos tenemos en la sociedad, y ha sido modelada y diseñada por el Señor para que tú y yo vivamos juntos en comunión. No desaprovechemos la oportunidad, hagámosla nuestra y evitemos el problema que atañe al presente documento, además de otros que van paralelos a él. Mi deseo mayor es que seas feliz con los tuyos, con la mujer o el hombre que Dios te pusó frente a tí, con la oportunidad de vivir juntos en ésta vida. Donde quiera que te encuentras, donde quiera que vivas, toma lo anterior como un mensaje del Divino y no el de un simple siervo como el que escribe éstas líneas. Así que, hoy mismo ve con él o con ella y dile cuanto lo (a) amas. Dícelo todos los días, cada vez que despiertes, cada día que Dios les dé la maravillosa oportunidad de estar juntos. Es hoy, no mañana, porque el mañana no sabemos si vendrá.
 

    

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