ESCUCHAR
CON EL CORAZÓN
Me resulta complicado y desalentador
entender cómo los hombres en la actualidad hemos perdido la capacidad de
escuchar. La gran mayoría estamos dispuestos de forma clara y puntual en
expresar lo que llevamos en nuestro corazón y lo que nos atañe de mil formas en
nuestro espíritu, como una especie de prurito que requiere ser saciado con la
punta de los afilados oídos de nuestros pocos escuchas que, de pronto, y como
si la incapacidad de escuchar fuese una epidemia, parecen haberse extraviado en
el ocaso de la perpleja distancia del desinterés y la hesitación. Estamos
dispuestos a ser escuchados del todo, pero no sabemos ni queremos escuchar a
nadie más que no sean nuestras propias denuncias internas, impericias,
desavenencias, pugnas y contrasentidos. El despropósito es mayor cuando somos
requeridos en la relación mutua y no tenemos el ánimo y, lo peor de todo, la
certeza de que lo haremos de forma apropiada para mantener viva la relación con
el otro u otros, incluso aún con los miembros de nuestra propia familia.
Escuchar requiere de una capacidad en
la que participan el resto de los sentidos del cuerpo, pero no solo ello, sino de
la activa disposición de un corazón encarnecido, templado y apacible, que bajo
esa condición entrega todo de sí hasta vaciarse. Sin embargo, la perspectiva
actual de los seres humanos se desfigura por efecto de una desproporción entre
lo entera y profundamente importante de una persona y lo propuesto por la civilización
tecnológica actual que, y es oportuno decirlo, muchos acogemos con beneplácito
no obstante la destemplanza que proyecta en nuestras relaciones interpersonales
“íntimas” con nuestras verdaderas amistades. Escuchar se ha convertido en un
terrible desafío actual de ineludible desesperanza para muchos de nosotros de
modo tal que, por difícil que parezca de creer, ha sido asociado al aumento de
formas de signos de tristeza y depresión en nuestra sociedad, y que crece cada
vez con tintes de alarma en nuestras vidas. Así, y con sobrada despreocupación,
apostamos a una sociedad con muchos en necesidad de ser escuchados y una oferta
de escuchas en merma, y muy poco hacemos para menguar esta condición. El
resultado de esta circunstancia actual de no desarrollar esa habilidad de
escuchar con verdadero interés a los demás en sus problemas y conflictos y/o,
en caso de poseer esa habilidad, no estar en disposición de ponerla en práctica para el beneficio de
los demás cuando es necesario redunda en situaciones de conflicto personal, familiar
y social.
Ojalá podamos convertirnos en mejores cristianos,
personas, hermanos, camaradas y amigos atentos a las necesidades de otros, siempre
con la disposición a usar más los oídos del corazón que al par de orejas que
cuelgan en ambos lados de la cara. La escucha nos llenará de gran fortaleza y comprensión
porque es ampliamente reconocido que el que provee sin límites recibe el doble,
reconociendo que dicha actuación de ayuda no es con la finalidad de recibir,
sino que ello resulta ser el efecto de dar con amor filial a quienes lo requieren en
un momento determinado de sus vidas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario