jueves, 1 de noviembre de 2012

LA SOLEDAD DE LA MUJER SIN PRINCIPE AZUL


ESPERANDO EL AMOR CON EL CORAZÓN CERRADO



    ¿Desesperada porque el multisoñado príncipe azul no ha llegado a tu vida? Se pasan los años y no ves llegar la hora en que tu corazón tenga dueño. El hombre con el que siempre has soñado no aparece por ningún lado, y lo que se asoma en tu vida, como una sospecha de que algo serio sucede, por lo menos asi lo sientes, es que todas tus amigas están comprometidas o casadas con su príncipe al que tanto añoraban. La felicidad no parece estar de tu lado y te deprime tu propia situación actual. En la intimidad de tu ser recurres al pasado y casi como con arrepentimiento te fustigas a tí misma, por el hecho de haber sido tan dura y exigente en tus relaciones anteriores, incuestionable por cierto. Incluso te cuestionas tú misma reprobando tus actitudes y valores con los que has actuado. Lo primero que te llega a la mente es “si no hubiera sido tan mala con fulanito, quizás hasta ya estuviera casada como ahora mis amigas lo están” Te miras al espejo y te recriminas por tu forma de ser y hasta por como eres, ya sea por dentro como por fuera. Comienzas a preguntarte sobre los motivos de tu extendida solteria y, mas allá de ello, de las razones de tu extrema soledad. Por supuesto que mantienes oculta esa soledad para no despertar la sospecha ante los demás acerca de tus sentimientos de vacío interior; de un corazón que sufre terriblemente por la ausencia de un amor que lo complemente. Otra cosa que pasa en tu intimidad respecto a esa situación, en la que el principe azul no arriba a tu vida, es la de que, muy a pesar de tu belleza exterior, experimentas cierta envidia en las mujeres no tan bellas exteriormente; consideras que es injusto para ti lo que te acontece, pero vuelves a mirarte al espejo y te asusta ver más allá, decides esquivar el asunto y justificarlo sin dar una real y auténtica resolución de modo que pudieses encontrar una respuesta en ti misma. Es doloroso reconocerte en tus errores y traumas, y encuentras “saludable” reprimir lo indeseable a la inconciencia, casualmente. La vaguedad de este dilema no desaparece del todo y prefieres mantenerlo como un asunto por separado a pesar de que reconoces de que es de vital importancia. Pones de relieve la condición de que otras cosas están fallando, quizá los chicos no se han dado cuenta de que eres linda y sensitiva. Es posible que los muchachos están ocupados en tantas cosas y es por eso que ni siquiera se hayan fijado en ti. Es posible que comienzes a experimentar que requieres de más cuidados personales en tu estética y apariencia, y es entonces que te conviertes en la cliente número uno de la clínica de belleza de la esquina y asidua del gimnasio cercano al barrio. No obstante que tu figura luce bien, tú misma pareces verte muy mal y entonces das inicio a una rutina alimentaria en la que solamente comes lechuga y más lechuga, y tomas agua y más agua. El resultado de todo esto es peor que la solución empleada, y en verdad no trae nada sano a tu vida mas que tristeza y desolación. Pronto te das cuenta de que el sentimiento de oquedad te oprime y la tristeza se intensifica. En la relación con tus confidentes das rienda suelta a tus soñadas pretensiones y a los fracasos experimentados. En esa relación confidencial, normalmente con una amiga con la que compartes tus intimidades, es en la que te muestras tal cual con todas tus flaquezas y debilidades. En dicha relación encuentras un alivio temporario a tus fracasos amorosos, y aún de otro tipo. En el fondo sabes muy bien que a los chicos no les atraes como tu quisieras y te invade la idea de ser más accessible con ellos de modo tal que encuentren la entrada a tu vida en una forma más fácil y sin tantas dificultades. Entonces es probable que comienzes por ceder algunos de tus principios morales a pesar del sentimiento de culpa que eso te genera. Es tal tu ansiedad que te enojas contigo misma, te culpas de lo que te pasa y te sientes fea y poco atractiva a los hombres. La amargura se origina a causa de ello; no te soportas ni tu misma, todo te parece mal y hasta el estar con tus mejores amigas te causa cierto malestar. Maldices a los hombres y, al mismo tiempo, en tu vida aparece un incipiente  estado de depresión; tu ambiguedad provoca serias afectaciones en tu vida interpersonal y la vacuidad la experimentas con mayor intensidad cada vez. Has empleado de todo, desde un guardaropa completo de prendas superatractivas que va desde las minifaldas y los escotes atrevidos, hasta vestidos que no se repiten nunca más, de modo que la inversión solo en eso sobrepasa cualquier presupuesto. Has intentado el gimnasio para obtener una figura que no ha cambiado de manera significativa, pues con tanta ansiedad  y nerviosismo tu cuerpo no obedece a tu mente, y a pesar de que ha sido grande el esfuerzo, son  pocas las libras perdidas. Tu tocador repleto de pinturas  asemejan las acuarelas y todo el equipo profesional de pinturas de un artista  profesional. Gastas una cantidad exagerada en polvos y pinturas para posar más bella y hermosa a la vista de los hombres, pero eso tampoco parece haber funcionado en forma efectiva. Tambien tus mejores amigas te han aconsejado y sólo ha sido para testificar en carne propia la reducida funcionalidad de la mayoría de los consejos extendidos. Nada da al blanco por lo oblicuo de tu visión, y lo peor de todo es que los años se van irremisiblemente, sin retorno. ¡Lo que darías por un chico que te quisiera por lo que eres y no por lo que tienes! Y es que la mayoría solo se fija en tu trasero y en tus pechos, luego en tu cara y al final en tu corazón, si es que hay tiempo para colocarlo en la jerarquía de las cosas que les interesan. Todo eso lo sabes y te disgusta que ellos sean así, aunque en tu juventud te fascinó. Te encantaría que la cosa fuese al contrario. Que primero se fijásen en tu corazón y luego, sin quitarle ni ponerle, en todo lo demás. El sentimiento de ser amante te parece muy complicado, pero lo vislumbras como una posibilidad, aunque a veces practicamente te viene a la mente la idea de renunciar a ser amada por alguien más, y que eso del príncipe azul es mera ficción, solo un cuento de hadas. Te tiras y renuncias a ti misma de tener a un amor porque te dices no merecerlo. Sobreviene el desgaste, la renuncia y con ello la amargura y la desesperanza, triste final.
    Un vistazo al exterior de tu persona nos dice que todo marcha de maravilla. Al ojo del observador común resultas ser una chica de apariencia muy opuesta a tu sentimiento interior. Quién diría que, a decir por tu hermosa máscara, tuvieses una autoestima tan desalentadora. Y es que al contacto con los demás eres la heroína de las fiestas, la compañera perfecta, la amiga genial, la mujer fuerte y segura, asertiva y directa en su personalidad. No obstante que tu interior sea otra cosa muy distinta, te esfuerzas por mantener una imágen de mujer de temple y, además de eso, y por si fuera poco, inexpugnable al trato; eres como una persona enigmática, misteriosa e impenetrable, pero por sobre todas las cosas de una apariencia de felicidad total y satisfacción con la vida que llevas. Cada día que pasa es un número menos a tu juventud, pero tratas de que eso no te quite el sueño y, como perfecta solución, te insertas en la vorágine de los acontecimientos propios de tu juventud y de los  detalles que van y vienen en las relaciones interpersonales con tus amistades, lo que parece normal a toda mujer. Tú sola te debates en tu tristeza, pero nadie o, solamente y en exclusiva, tus mejores amigas lo saben, las únicas con las que puedes abrirte sin cortapisas en lo que se refiere a tus frustaciones y temores en la vida amorosa. Muy a menudo te conviertes en una persona con una doble vida, lo que provoca un desgaste personal de graves consecuencias para tu salud en general. Un grueso tapiz cubre la inmensidad de tu tribulación y amargura. No obstante lo grueso a veces se rompe tu cobertura, pero lo reemplazas en forma inmediata. Cualquier exposición de tu ser te vuelve vulnerable; no es otra cosa que tu ser que se asoma abriendo la coraza que la cubre, como si tu piel interior fuese abyecto y despreciable. Te enojas de ti misma y hasta te maldices por lo que eres denigrándote mordazmente, pero tu sola en tu vida intima, en la soledad del espejo y tu corazón. Lloras una lágrimas de frustación y desesperanza, y en ese vaivén de sentimientos negativos reniegas de ti misma y, en el peor de los casos, te niegas a ti misma. En el extremo de tus contradicciones y paradojas es que te dejas llevar por un acto de sumisión ante la autoconjura, el autosaboteo y tu misma te conviertes en tu principal enemigo. En un acto supremo de conciencia retomas la batuta de tu complicada existencia y vuelves a ser la mujer firme e inescrutable, sólida e imperturbable. Adviertes que llevar esta doble vida resulta muy doloroso y comienzas por buscar alternativas viables para aliviar la tensión. Tus traumas y complejos de superioridad, tu orgullo de mujer bella, atractiva e interesante te levantan por un instante, pero en este ciclo enfermizo las caídas ya son parte de una rutina enloquecedora. Solo tú conoces de los fracasos, pero los demás sospechan de tu infelicidad. En verdad eres presa fácil al exilio porque te persiguen las pulsiones primarias desde el aposento de la decencia hasta la puerta ancha de la vida de placeres, de la renuncia de los valores de respeto y castidad para entrar a una vida en la que atentas contra tu propia persona, contra tu espíritu, y lo más alarmante: contra tus propios principios que salvaguardan tu integridad. Quizás tu moralidad es más fuerte que tus propios impulsos, no obstante sientes ese gusanito que te recorre día a día y que te tienta hasta los huesos. Comienzas por ceder y te tiras al pecado, a la vida mundana. Tus cadenas enfermizas te han secuestrado y la posibilida de recuperarte, aunque no imposible, es verdaderamente complicada. Tal vez tus esfuerzos son denodados y es entonces cuando te separas del optimismo para ceder al fatalismo, y así reprogramas tu corazón para no sentir la desilución.
        Intelectualmente hablando todo parece estar bien contigo; no obstante que la academia se convierte en tu refugio bendito para primeramente ocultar tu desbalance y, por supuesto, para subsanar posteriormente el hueco del desamor, la hendidura grande en tu corazón te ha marcado y, aún así  palpita por su complemento. Posiblemente llegas a convertirte en una veterana de las aulas universitarias. Puede que no estés interesada en proseguir tus estudios, pero en tal caso las actividades laborales en las que te desarrollas son para ti como un bálsamo para calmar tu dolor, tus ansiedades y los síntomas de una solteria que se vuelve extensiva porque nadie parece estar interesado en ti como mujer o quizá tu ceguera no te lo permite ver con claridad. La fortaleza de conciencia te mantiene en pie, y favorece que la depresión no sea una opción en tu vida, afortunadamente. Pero sin embargo, no pocas veces ocurre que experimentas un sentimiento de intensa soledad, de que nadie te quiere y de que corres el peligro de que el tren pase pitando y te deje atrás en el camino. Entonces comienza una crisis existencial que te imposibilita ser feliz, y hasta las cosas mas simples y hermosas han dejado de sosprenderte. La crisis es notoria en todos los aspectos de la vida cotidiana. La última en advertirlo eres tu misma, pero los síntomas de esa crisis son notorios a cualquiera; y es que se te nota en tus rasgos, en la faz, en tu sardónica sonrisa, en tu lenguaje no verbal, en todo tu cuerpo. La crisis muestra los estragos dejando tras de sí una muerte del amor en vida, una funcionalidad a rastras, una vida a base de inercia automatizada, robotizada, de simples movimientos que responden a una suerte de señales de supervivencia; una clase de vida vegetativa en el amor. La capacidad de amar es cosa del pasado y ni un ápice del deseo de dar debido al bajo umbral de sentir el amor. Imposible dar lo que no se tiene. La vida ya no es vida; es la muerte la que opera tu vida, la inunda de su fuerza y eso es lo que provoca la pesadumbre, el dolor anquilosado de un corazón que alguna vez quiso ser en el deseo de amar y ser amado, ahora incrustado en el ostracismo  espiritual.

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