La envidia corroe tu alma, la amargura
se posesiona de tu espíritu, mas sin embargo lo que aparentas es toda dulzura y
encanto, belleza y probidad, ecuanimidad y balance, en verdad todo un dechado de
virtudes barnizándote por encima. Pero al arribar a tu alcoba, en lo profundo de
tu almohada, y como si éste fuese un espejo, comienzas por verte a tí mismo por
dentro, tal cual eres sin ninguna barrera. Te das miedo y te ocultas de tu
persona, de la ensoñación que revive tu ser real, apartas con brusquedad lo que
te produce dolor, y que, no obstante exangüe en tus fuerzas y ánimo revives el
deseo del ser irreal que todos conocen y alaban, del ser superfluo, del no tú, del
aquel soñado e ideal que nunca tendrás para sí.
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