La
auténtica amistad suele ser, en muchos sentidos, como una piedra. Es
verdaderamente sólida y fuerte, aunque, a menudo, es suave, agradable y, muchas
veces entronizada, no obstante en ocasiones se muestra áspera, accidentada, y
en otras circunstancias reaparece como neutralizada, circunspecta, como en
receso, buscándo reactivarse, quizá reiventándose para sobrevivir a los
desafíos del olvido, la desazón e, incluso, el oprobio y la enajenación. Asi es
como la amistad se asemeja a la piedra, de pronto rueda en búsqueda de caminos
insospechados encontrándo nuevos amaneceres, trazando nuevas rutas en el
horizonte, pero en otras formas la amistad se queda quieta, inamovible,
rutinaria y, en el peor de los casos, anquilosada. Sin ambargo, la amistad sustentable,
es decir la verdadera amistad, está siempre provista de la fortaleza del amor
que la protege de las embestidas de los fuertes vientos y de las peores
condiciones climáticas para no sucumbir, precisamente como esa roca que no se
rinde ante nada y mira compasiva el devenir de los tiempos, pero nunca se mueve
de su infranqueable sitio.
Asi que cuando mires
una simple piedra o una roca maciza en tu camino, pregúntate si gozas de los
privilegios de una amistad a prueba de fuego, una de aquellas que te llene
profundamente y te funda el corazón de felicidad. Ojalá que las amistades que acualmente
posees, algún día se conviertan en las relaciones de amor que pueblen tu corazón
y llenen de dicha tu espíritu, en igual numero como piedras nos encontramos en
el camino de nuestro diario existir. Nada más bello.
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